Aborto

alvaro.cueva@milenio.com https://www.milenio.com/opinion/alvaro-cueva/ojo-por-ojo/castiguen-el-aborto

Existe un diario mexicano, con una página de muy mala calidad que le impedirá a usted opinar directamente sobre ella (al menos no es mobile friendly), por lo que me limitaré a responderle al señor por esta vía, bastante más difícil de sensurar, aunque también, bastante menos accesible.

Al señor Álvaro Cueva le señalan un bosque y él sólo puede ver un arbusto, por miopía o conveniencia, reduce los sujetos a discusión enfocándose en aquel que más le conviene. En un aborto se encuentran a discusión tres individuos, ninguno de ellos es Dios, ninguno es algún miembro familiar de la hembra, de la que se aferran y empujan por delante para defender la ideología desde un punto de vista que menos se atrevan a cuestionar. Los otros dos miembros, además de la hembra, es el macho que la preña, sin el que le habría resultado imposible el estado de procreación que propicia el aborto; y la criatura de la misma especie cuyo ciclo de vida será interrumpido para que no nos ocasione problemas a la sociedad, ni a los tórtolos incapaces de controlarse y emplear los métodos necesarios para impedir la concepción no deseada.

Y no deseo que me malinterpreten, no siento simpatía por alguno de los tres. De manera objetiva y sin apegos, juzgo de cruel la sugerencia del asesinato contínuo, desmesurado, ilimitado, de miles y miles de esas criaturas por las que ni sus propios padres, ni los conservadores hipócritas, ni usted que me lee, ni yo que lo escribo, sentimos afecto alguno. No es afecto el que me inspiran, ni dentro, ni mucho menos fuera del útero. Pero califico de "flagrante cobardía" los eufemismos utilizados para cosificarlo toda vez que no ha visto la luz del sol, como si el material genético sufriese una metamorfosis para convertirse en un ser humano, en un animal sensible, hasta que ha visto la luz del sol. Pareciera que es más nuestra comodidad de no ver lo que estamos haciendo, lo que nos envalentona, nos evita la fatiga de ponernos en su lugar. Una vez que ya asomó la cabeza, pues ya no nos atrevemos a referirnos a él/ella de la misma forma, no porque algo haya cambiado, no porque haya habido una metamorfosis en la que ni el más ignorante cree; sino porque es más difícil justificar los mismos eufemismos sin que tarde o temprano alguien los termine aplicando contra nosotros, adultos;... o también por mera estupidez.

Mi punto, insisto, siendo consciente del problema que los niños que siguen viniendo al mundo representan para todos los que ya estamos aquí, no es tanto ya el hecho de matarlos, sino de estar listos para seguirlo haciendo, una y otra vez, hasta que una infección en el útero de la hembra evite que siga realizando ejercicios reproductivos, y que el macho llegue a un punto de madurez en el que por voluntad propia o un improbable ejercicio de conciencia, evite también seguir conquistando los tan ávidos corazoncitos de las bellas doncellas que gusta de coleccionar. No se sugieren medidas preventivas, ni inhibitorias, el libertinaje total disfrazado de libertad; quién se va a atrever, también, a cuestionar la palabra libertad.

Para concluir, de los tres implicados en un aborto, uno debería morir (y no ocasionarnos más problemas), y los otros dos deberían recibir un buen jalón de trompas de falopio y conducto espermático, para evitar que más sean cosificados y tengan que morir sin haberla debido ni temido.

Lennarth Anaya

Comentarios