Feminismo - La muerte del varón

Cada quien tiene el derecho a la plenitud, a respetarse, a ser quien es. Desvirtuando estas premisas, los varones tomaron control total, exhibiéndose, excusándose, siendo desleales y demandantes a la vez, depositando sus espermas por doquier, decidiendo caprichosamente cuando se harían responsables de sus actos, y cuándo no. Por supuesto siempre hubo varones respetuosos, pero fueron minorías; y las mayorías, criando mayorías, se volvieron aún menos perceptibles. Teniendo tan poco vigor, tan poca fuerza física en comparación con los hostiles, y siendo superados en número, la única esperanza fue la fuerza de la propia mujer.

El derecho a seguir siendo felíz aún después del matrimonio exclusivo del hombre, el derecho a fornicar y a la vez a actuar "en defensa de su honor" en contra de la mujer, el derecho a extinguir la llama vital de millones, durante generaciones, el derecho a torturarlas con vidas tediosas.

"Le gusta que le digan piropos", se decían los poco-hombres así mismos cuando algún barbaján les gritaba algo en la calle; ellas no se defendían porque dudaban que alguno de los poco-hombres les brindara apoyo en caso de que el salvaje escalara su agresión al terreno físico, y así se cerraba el circulo de impunidad para que toda mujer que caminara sola en la calle tuviese qué soportar la expresión verbal y explícita de los sentimientos trogloditas de quien fuera. Tenían las mujeres qué salir con acompañantes varones para que éstos, y no ellas mismas, fuesen respetados y las expresiones vulgares disminuyeran de tono.

Si hombres y mujeres pudiésemos quedar preñados, uno u otro, de manera aleatoria, cada vez que existe coito, garantizo que la ligereza con la que los hombres nos expresamos, o expresábamos, respecto al tema, habría cambiado radicalmente.

Siendo muchas, tal vez demasiadas, las ocasiones en que la hembra era más inteligente que el macho al dirigir una familia, y siendo la familia una muestra diminuta pero representativa de lo que es una sociedad, se entiende y justifica el resentimiento hacia el estadísticamente indigno género masculino, que ha desperdiciado tanto. Aún así, mi sed por cuestionar a la corriente, a los líderes de opinión, a las ideologías, me motiva a cuestionar cualquier posible riesgo que observe yo. Finalmente no podemos prevalecer como especie una sin el otro, y los excesos son una perfecta excusa para desestimar el resto de las legítimas demandas que una corriente conlleve, expondré en las siguientes entradas los que considero errores que deben auto-regularse para que la lucha no deje de ser justa, esperando que algún día escuchemos los argumentos de las personas sin importar el sexo, o incluso la identidad sexual, del interlocutor.

Lennarth Anaya

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