Hasta ahora, que las máquinas no son las que están a nuestro servicio, sino el humano, la riqueza y pobreza pueden entenderse a nivel microeconómico como una comunidad que une fuerzas para construir, una por una, las preciosas residencias de cada vecino, hasta concluir un determinado número de ellas, correspondientes a los vecinos "más prominentes", según criterios ajustados a las inseguridades y costumbres de esa comunidad, para posteriormente irse dando la vuelta progresivamente, conforme las viviendas van siendo terminadas, quedando cada vez menos personas para construir las de los vecinos restantes que aún no cuentan con una.
En el proceso, muchos de esos vecinos fueron mucho menos colaborativos, algunos inventaron elaboradas excusas, otros unas bastante más simplistas, para ausentarse mientras sus propias viviendas y las de los demás eran construidas por el resto. Algunos de éstos vecinos alcanzaron a tener su mansión terminada; éstos no sólo no se quejaron de su suerte, pero sí de los quejosos mismos, aquellos que sólo alcanzaron una pocilga y que se manifestaron igual de enérgicamente que otros vecinos que sí se esforzaron y a los que también les alcanzó muy poco.
Lennarth Anaya
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