La cueva de Albino García

No lejos de mi pueblo, y hacia el oriente, elévase majestuosa y soberbia la inmensa mole denominada Culiacán, que ha causado todo tipo de admiración de propios y extraños por su airosa figura, por la exuberante vegetación de que siempre está cubierta, por el bellísimo panorama que desde su enhiesta cima se descubre, particularmente en una mañana de estío a la salida del sol, y más que por todo esto, por las prfundas barrancas que aquí y allá dibujan sus caprichosas formas y esconden en su seno innumerables grutas, donde habita el genio de la leyenda como único soberano y sempiterno guardián de aquellas maravillas, cuyo límite no han precisado aún, ni el ojo del viajero observador de la naturaleza, ni el conocimiento y experiencia adquiridos en el transcurso de los años por los risueños y pacíficos moradores de la célebre montaña, quienes en medio de la más seductora calma, ven pasar los días de su existencia, sin cuidarse poco ni mucho de lo que allá abajo, en el bullicio de las grandes ciudades, enerva y desiluciona; felices en su pobreza, porque sin ruines pasiones ni fugitivos placeres, consagran sus energías a las labores del campo y su más hondo afecto a la familia y al rústico albergue de techumbre y muros de granito, que a semejanza de nido deáguila se yergue en las alturas, coronado siempre de plantas trepadoras, su suelo tapizado de esmeraldas, su ambiente lleno de suavísimo perfume, sus alrededores refrescados constantemente por las cristalinas aguas de oculto manantial.

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Algún tiempo había pasado después de la ejecución del célebre insurgente Albino García*, cuando los habitantes de las alturas de Culiacán empezaron a notar la presencia de un desconocido en las inmediaciones de la Barranca del Surco, el cual se detenía aquí y allá examinando con escrupulosidad suma los menores accidentes del terreno, cual si tratara de encontrar en ellos las huellas indelebles de una senda por él recorrida en épocas anteriores.

¿Quién era y qué buscaba el hombre misterioso en cuyo raído traje se adivinaba la penuria, y en cuyo semblante, marchito por los años, tostado por el sol, enflaquecido por la dolencia y la miseria, bien claramente se denunciaba la vida llena de penalidades, huérfana de bienestar y de afectos? Ninguno hubiera podido contestar la pregunta, ni el extraño prestábase a satisfacer la justa curiosidad que sus actos engendraban; antes bien, se notaba en él marcada predisposición por el trato social y el mutuo esparcimiento de los ánimos, como si en la historia de su existencia, las páginas sombrías hubieran sido ocasionadas por el proceder de los humanos y la ruindad de sus mezquinos intereses.

 Es lo cierto que, despreciando la compañía y los buenos servicios que podían proporcionarle los humildes lugareños, huyó de su contacto, para dedicarse sólo a la multitud de pensamientos que por entero le absorbían la imaginación. Pudo vérsele en lo sucesivo internarse más y más en la barranca, deteniéndose aquí a escudriñar una roca y adelante a contemplar un arbusto; hasta que fijó definitivamente su morada en la cima de un picacho, sin otra techumbre que el cielo, ni otros muros que la prodigiosa vegetación que le rodeaba.

 En tan singular albergue lo encontraron el calor sofocante de la primavera, las lluvias y tempestades del estío, los rigores del invierno, siempre triste y melancólico, a semejanza de la imagen de la soledad, como la estatua muda del infortunio, fija la mirada en un punto indefinido, que le atraía como al hierro el imán con todo el empuje de una fuerza irresistible.

 Pero como todo tiene su fin en este mundo, y los más altivos caracteres acaban por doblegarse a la imperiosa necesidad del socorro, si el vigor abandona la materia y las enfermedades se apoderan del espíritu, robándole una a una sus mejores facultades y prerrogativas, llegó un día para el hombre misterioso en que, agobiado por el decaimento y los dolores, tuvo que recurrir muy a su pesar al auxilio del extraño; la inclemencia del tiempo, la falta de habitación y de alimento sano y nutritibo, las meditaciones y desvelos dieron al traste con sus energías, determinado bien pronto la torpeza en los movimientos y más tarde la completa parálisis de sus miembros.

 Abundan por lo general sentimientos generosos en el corazón de la gente campesina, y no faltó quien, doliéndose del miserable estado del tullido, se prestara gustoso a socorrerle, brindándole con su persona y con una bestia para conducirle a la hacienda de San Nicolás de los Agustinos, que por aquel entonces era la principal ranchería de los alrededores, en donde encontrar pudiera el enfermo un lenitivo a sus atroces padecimientos, y un punto de reposo su contristado espíritu, depsitando en el pecho de un sacerdote modelo las cuitas y secretos que, como enorme fardo, le agobiaban, y de los cuales quería a toda costa verse libre; pues el infeliz sentía que por instantes se le escapaba la vida del cuerpo entumecido.

Fulgencio Vargas
La Insurrección de 1810 en el Estado de Guanajuato
1909

Albino García* - guerrillero audaz, el más activo y temible que produjo la insurrección, ..., guerrillero que, a la cabeza de un grupo de valientes, asombraba al ejército realista por sus notables cargas de caballería, desconocidas en aquella época, y las no menos famosas rondas que ocasionaban numerosas víctimas y el completo desorden en las huestes enemigas.


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