Por su propio bien

Si involucráramos a otras especies en nuestro libre mercado, seguramente elegirían comer un chorro de golosinas que no les hacen bien y dejarían de ingerir aquellas que les hacen bien pero que no tienen un sabor tan estimulante.

Cambiarían radicalmente sus hábitos y gustos y se dedicarían a pasar el rato de manera ociosa y perezosa, en detrimento de su salud física. No serían ya capaces de admirar su entorno, porque éste invita a explorarlo y eso demanda energía.

Traicionarían su curiosidad y se entregarían a un estado de desalerta y entumecimiento cerebral voluntario.

Indudablemente tendríamos que legislar por su bien, forzarles a hacer lo que les conviene y prohibirles lo que no les conviene, sabiendo que no disponen de la inteligencia ni de la voluntad para razonarlo por sí mismos, porque no podrían ejercer con responsabilidad su derecho a elegir.

Lennarth Anaya

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