El fin de la inocencia

Una vez más, mi maldita suerte. En medio del denso tráfico observo a lo lejos que se vuelve a poner el semáforo en rojo. Un trailer me alcanza y frena justo a la altura en que uno de los cerditos que transportaba amontonados me mira a los ojos. Su inocente mirada es justo como la de un niño sin malicia; de esos pocos niños bien educados que no harían daño a nadie; de esos niños que gritan de emoción cuando les dices que "van a tener una aventura"; de esos niños que, llenos de ignorancia, son abusados por adultos cuya existencia se limita a la satisfacción de sus placeres pueriles, a costa de quien sea.

En la seguridad de mi auto, sabiéndome poseedor de una posición fortuita, pero excepcional, sabiéndome inmune a tan terrible suerte, puedo ignorar cualquier sentimiento de empatía hacia esa pobre criatura. Volteo y miro para cualquier lado tal y como lo haría si estuvieran agrediendo a otro ser humano que no fuese de mi familia cercana; con conocimiento del confort que me espera al llegar a casa, en donde puedo consentirme con bebidas y postres, mirando la televisión y arropándome con mis perritos, borrando de mi mente esa dulce mirada que pronto van a apagar brutalmente.

Lennarth Anaya

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