Educación

Abrí los ojos y lo vi ahí, pensativo, observándome, al borde de la cama, junto a mis pies. Era un pequeño changuito.

Al levantarme no vi a ninguno de mis ocho perros; en cambio vi a un bonito gato gris muy obscuro lamiéndose las patas. Me levanto y le acaricio la cabeza y orejas, al mismo tiempo que continúo mi camino hacia el baño. Al regresar de lavarme los dientes pude observar que el changuito le acariciaba la cabeza al gato, justo como yo lo hice anteriormente.

Comencé la tediosa tarea de doblar mis camisas y pantalones y guardarlos en una maleta, como si fuera a salir de viaje, sin pensar, en modo automático. Entonces llama mi atención el manejo que el changuito estaba teniendo con el gato, sus apapachos se habían vuelto más toscos. Se hacía evidente que el gato ya no disfrutaba sus mimos, el changuito movía las extremidades del gato en ángulos inapropiados para la morfología de un felino, hasta que tuve que detenerlo para hacerle entender que estaba mal.

Voltee hacia la calle y observé a un hombre de traje, con el cabello relamido, operando su "smart phone". Entonces pensé en las probabilidades de que aquel hombre realmente entendiese lo que estaba haciendo y no fuese una mera imitación de un comportamiento que había visto.

En seguida miré a otros ciudadanos de la calle, todos ellos parecían hacer cosas "normales". Levantar la cortina metálica del comercio para comenzar a vender, barrer la calle, saludar a determinadas personas. ¿Cómo asegurar si cada uno de ellos está entendiendo lo que está haciendo?, al preguntarles su opinión sobre cualquier cosa, con toda certeza recibiría la misma respuesta que alguien más, de entre unos pocos, ya había formulado y que más le haya apetecido.

Cuando uno de mis perros observa a un invasor, un roedor o un gato, se para súbitamente. Con la sola agitación de sus patas sobre el suelo produce un sonido que alerta al resto de los perros para que se dispongan en posición ofensiva, aún sin conocer exactamente qué está ocurriendo y qué alertó al otro. Esto demuestra cierta inteligencia, pues es una forma de comunicarse y coordinarse para actuar en favor del grupo y el status quo. El problema es que cuando esto lo hacen los seres humanos, son susceptibles a seguir aun iniciador con obscuras intenciones. Los perros tienen la certeza de que el iniciador no tiene esas obscuras intenciones.

Es entonces comprensible que la imitación sea un componente intrínseco en nuestro comportamiento, pero es también una excusa para evitar el esfuerzo que implica el pensamiento, y es una cortina que impide a las masas reconocerse entre sí y reconocer a los líderes que van a seguir. El no pensar es curiosamente considerado un insulto, por lo que todos imitan a los pensantes y acentúan la dificultad de reconocerse entre ellos. De manera arrogante desprecian a otras especies aludiendo que no piensan; siendo que existen, en cada una de las otras especies, individuos inteligentes que están dictando el camino aseguir para el resto de sus iguales.

Cuando discuto con los adolescentes veo en ellos las mismas ganas de sobresalir que tenía yo a su edad, ganas de participar, de hablar, de resolver. Muchos repiten las teorías conspirativas de la ultra-derecha o de la izquierda radical. Me pregunto cuántos de ellos realmente están entendiendo lo que repiten, o si siquiera les ha pasado por la mente contrastar ideas contra las ideas de la doctrina opuesta para formarse una opinión propia. Llenos de seguridad mueven brúscamente las extremidades del gatito. Una vez habiendo tenido la inducción dicen ya no necesitar más una guía y van a mimar al gato como Dios les dé a entender; habiendo perdido todo contexto, se harán cargo del felino gris obscuro, una tropicalización del entendimiento inicial.

El éxito de la instrucción de las instituciones formales sobre la educación familiar es la estructuración del conocimiento y la metódica repetición del mismo. De otra manera no se puede esperar que un par de generaciones después de nuestros hijos, nuestros descendientes conserven en mente las experiencias negativas y positivas de sus ancestros para jamás repetir errores ya experimentados y para siempre ir refinando nuestra inteligencia sin costosos retrocesos, sin ciclos repetitivos de opresión y libertinaje interminables.

¿Es entonces necesaria una religión para educar a nuestros hijos?, sí [en este punto se espera una desilusión y cólera por parte del lector]... en cierta forma, pero no la religión vulgar que pide limosna y define estructuras jerárquicas y discrimina a individuos humanos y de otras especies; tampoco una religión que promueva la ignorancia y estanque el conocimiento; sino una serie de principios y experiencias interpretativas que eviten la pérdida de la experiencia en el tiempo, pero que, sobre todo, eviten a toda costa la repetición no razonada del individuo...

Lennarth Anaya

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