Si antes había yo conocido el partido socialdemócrata sólo como
espectador en algunos de sus mítines, sin penetrar no obstante en la
mentalidad de sus adeptos o en la esencia de sus doctrinas,
bruscamente debía entonces ponerme en contacto con los productos de
aquella "ideología". Y lo que quizás después de decenios
hubiese ocurrido, se realizó en el curso de pocos meses,
permitiéndome comprender que bajo la apariencia de virtud social y
amor al prójimo se escondía una pobredumbre de la cual ojalá la
humanidad libre a la tierra cuanto antes, porque de lo contrario
posiblemente sería la propia humanidad la que de la tierra
desapareciese.
Fue durante mi trabajo cotidiano en el solar donde tuve el primer
roce con elementos socialdemócratas. Ya desde un comienzo me fue
poco agradable aquello. Mi vestido era aún decente, mi lenguaje no
vulgar y mi actitud reservada. Mucho tenía que hacer con mi propia
suerte para que hubiese concentrado mi atención en lo que me
rodeaba. Buscaba únicamente trabajo a fin de no perecer de hambre y
poder así, a la vez, procurarme los medios necesarios a la lenta
prosecución de mi instrucción personal. Probablemente no me habría
preocupado de mi nuevo ambiente a no ser porque al tercero o cuarto
día de iniciarme en el trabajo, se produjo un incidente que me
indujo a asumir una determinada actitud. Se me había propuesto que
ingresase en la organización sindicalista. Por entonces nada conocía
aún acerca de las organizaciones obreras y me habría sido imposible
comprobar la utilidad o inconveniencia de su razón de ser. Cuando se
me dijo que debía hacerme socio, rechacé de plano la proposición,
expresando que no tenía idea de lo que se trataba y que por
principio no me dejaba imponer nada.
En el curso de las dos semanas siguientes alcancé a empaparme mejor
del ambiente, de tal suerte que poder alguno en el mundo me hubiese
compelido a ingresar en una agrupación sindicalista, sobre cuyos
dirigentes había llegado a formarme entre tanto el más desfavorable
concepto.
A mediodía, una parte de los trabajadores acudía a las fondas de la
vecindad y el resto quedaba en el solar mismo consumiendo su exigua
merienda. Yo, ubicado en un aislado rincón, bebía de mi frasco de
leche y comía mi ración de pan, pero sin dejar de observar
cuidadosamente el ambiente o reflexionando sobre la miseria de mi
suerte. Mientras tanto, mis oídos escuchaban más de o necesario y a
veces me parecía que intencionadamente aquellas gentes se
aproximaban hacia mí como para inducirme a adoptar una actitud
precisa. De todos modos, aquello que alcanzaba a oír bastaba para
irritarme en sumo grado. Allá se negaba todo: la nación no era otra
cosa que una invención de los "capitalistas"; la patria,
un instrumento de la burguesía destinado a explotar a la clase
obrera; la autoridad de la ley, un medio de subyugar el proletariado;
la escuela, una institución para educar esclavos y también amos; la
religión, un recurso para idiotizar a la masa predestinada a la
explotación; la moral, signo de estúpida resignación, etc. Nada
había pues, que no fuese arrojado en el lodo más inmundo.
Al principio traté de callar, pero a la postre me fue imposible.
Comencé a manifestar mi opinión, comencé por objetar; más, tuve
que reconocer que todo sería inútil mientras yo no poseyese por lo
menos un relativo conocimiento acerca de los puntos en cuestión. Y
fue así como empecé a investigar en las mismas fuentes de las
cuales procedía la pretendida sabiduría de los adversarios. Leía
con atención libro por libro, folleto por folleto, y día tras día
pude replicar a mis contradictores, informado como estaba mejor que
ellos de su propia doctrina, hasta que un momento dado debió ponerse
en práctica aquel recurso que ciertamente se impone con más
facilidad a la razón: el terror, la violencia. Algunos de mis
impugnadores me conminaron a abandonar inmediatamente el trabajo
amenazándome con tirarme desde el andamio. Como me hallaba solo,
consideré inútil toda resistencia y opté por retirarme.
¡Que
penosa impresión dominó mi espíritu al contemplar cierto día las
inacabables columnas de una manifestación proletaria en Viena! Me
detuve casi dos horas observando pasmado aquel enorme dragón humano
que se arrastraba pesadamente. Lleno de desaliento regresé a casa.
En el trayecto vi en una cigarrería el diario "Arbeiterzeitung"
órgano central de la antigua democracia
austríaca. En un café popular, barato, que solía frecuentar con el
fin de leer periódicos, encontraba también esa miserable hoja, pero
sin que jamás hubiera podido resolverme a dedicarle más de dos
minutos, pues, su contenido obraba en mi ánimo como si fuese
vitriolo. Aquel día, bajo la depresión que me había causado la
estación que acababa de ver, un impulso interior me indujo a comprar
el periódico, para leerlo esta vez minuciosamente. Por la noche me
apliqué a ello, sobreponiéndome a los ímpetus de cólera que me
provocaba aquella solución concentrada de mentiras.
A través de la prensa socialdemócrata diaria, pude, pues, estudiar
mejor que en la literatura teórica el verdadero carácter de esas
ideas. ¡Que contraste!¡Por una parte las rimbombantes frases de
libertad, belleza y dignidad, expuestas en esa literatura locuaz, de
moral humana hipócrita, reflejando trabajosamente una honda
sabiduría -todo esto escrito con profética seguridad- y por el otro
lado, la prensa diaria, brutal, capaz de toda villanía y de una
virtuosidad única en el arte de mentir en pro de la doctrina
salvadora de la nueva humanidad! Lo primero destinado a los necios de
las "esferas intelectuales" medias y superiores y lo
segundo -la prensa- para la masa.
...
Conociendo el efecto de semejante obra de envilecimiento, sólo un
loco sería capaz de condenar a la víctima. Por fin comprendí la
importancia de la brutal imposición de subscribirse únicamente a la
prensa roja, concurrir con exclusividad a mítines de filiación roja
y también de leer libros rojos solamente. La Psiquis de las
multitudes no es sensible a lo débil ni a lo mediocre; guarda
semejanza con la mujer, cuya emotividad obedece menos a razones de
orden abstracto que al ansia instintiva e indefinible hacia una
fuerza que la integre, y de ahí que prefiera someterse al fuerte a
dominar al débil. Del mismo modo, la masa se inclina más fácilmente
hacia el que domina que hacia el que implora, y se siente más
íntimamente satisfecha de una doctrina intransigente que no admita
paralelo, que del roce de una libertad que generalmente de poco le
sirve.
SI FRENTE A LA SOCIALDEMOCRACIA SURGIESE UNA DOCTRINA SUPERIOR EN
VERACIDAD, PERO BRUTAL COMO AQUELLA EN SUS MÉTODOS, SE IMPONDRÍA LA
SEGUNDA, SI BIEN CIERTAMENTE, DESPUÉS DE UNA LUCHA TENAZ.
Como la socialdemocracia conoce por propia experiencia la importancia
de la fuerza, cae con furor sobre aquellos en los cuales supone la
existencia de ese casi raro elemento, e inversamente, halaga a los
espíritus débiles del bando opuesto, cautelosa o abiertamente,
según la calidad moral que tengan o que se les atribuya. La
socialdemocracia teme menos a un hombre de genio, impotente y falto
de carácter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque huérfano de
vuelo intelectual. Esta es una táctica que responde al preciso
cálculo de todas las debilidades humanas y que tiene que conducir
casi matemáticamente al éxito, si es que el partido opuesto no sabe
que el gas asfixiante se contrarresta sólo con el gas asfixiante. A
los espíritus pusilánimes hay que recalcarles que en esto se trata
del ser o del no ser.
EL
METODO DEL
TERROR EN LOS TALLERES, EN LAS FABRICAS, EN LOS LOCALES DE ASAMBLEAS
Y EN LAS MANIFESTACIONES EN MASA, SERÁ SIEMPRE CORONADO POR EL ÉXITO
MIENTRAS NO SE LE ENFRENTE OTRO TERROR DE EFECTOS ANÁLOGOS.
COMO
CONSECUENCIA DEL HECHO DE QUE LA BURGUESÍA EN INFINIDAD DE CASOS,
PROCEDIENDO DEL MODO MAS DESATINADO E INMORAL,
OPONÍA RESISTENCIA HASTA A LAS EXIGENCIAS MAS HUMANAMENTE
JUSTIFICADAS, AUN SIN ALCANZAR O SIN ESPERAR SIQUIERA PROVECHO ALGUNO
DE SU ACTITUD, EL MAS HONESTO OBRERO RESULTABA IMPELIDO DE LA
ORGANIZACIÓN SINDICALISTA A LA LUCHA POLÍTICA.
El rechazo rotundo de toda tentativa hacia el mejoramiento de las
condiciones de trabajo para el obrero, tales como la instalación de
dispositivos de seguridad en las máquinas, la prohibición del
trabajo para menores, así como también la protección para la mujer
-por lo menos en aquellos meses en los cuales lleva en sus entrañas
al futuro ciudadano- contribuyó a que la socialdemocracia, que
recibía complacida todos esos casos de despiadado proceder, cogiese
a las masas en su red. Nunca podrá reparar nuestra "burguesía
política" esos errores, pues negándose a dar paso a todo
propósito tendente a eliminar anomalías sociales, sembraba odios y
justificaba aparentemente las aseveraciones de los enemigos mortales
de toda la nacionalidad en el sentido de ser el partido
socialdemócrata el único defensor de los intereses del pueblo
trabajador.
En
mis años de experiencia en Viena me ví obligado,
queriendo o sin quererlo, a definir mi posición en lo relativo a los
sindicatos obreros.
El hecho de que la socialdemocracia supiera apreciar la enorme
importancia del movimiento sindicalista le aseguró el instrumento de
su acción y con ello el éxito. No haber comprendido aquello le
costó a la burguesía su posición política. Había creído que con
una "negativa" impertinente podría anular un desarrollo
lógico inevitable.
Es absurdo y falso afirmar que el movimiento sindicalista sea en sí
contrario al interés patrio. Si la acción sindicalista tiende y
logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella clase
social que constituye una de las columnas fundamentales de la nación,
obra no sólo como no-enemiga de la patria o del Estado, sino
"nacionalistamente" en el más puro sentido de la palabra.
Mientras existan entre los patrones individuos de escasa comprensión
social o que incluso carezcan de sentimiento de justicia y equidad,
no solamente es un derecho, sino un deber el que sus dependientes,
representando una parte de la nacionalidad, velen por los intereses
del conjunto frente a la codicia o el capricho de uno solo.
MIENTRAS
EL TRATO ASOCIAL O INDIGNO
DADO AL HOMBRE PROVOQUE RESISTENCIAS, Y MIENTRAS NO SE HAYAN
INSTITUIDO AUTORIDADES JUDICIALES ENCARGADAS DE REPARAR DAÑOS,
SIEMPRE EL MAS FUERTE VENCERÁ EN LA LUCHA, POR ELLO ES NATURAL QUE
LA PERSONA QUE CONCENTRA EN SÍ TODA LA FUERZA DE LA EMPRESA, TENGA
AL FRENTE A UN SOLO INDIVIDUO EN REPRESENTACIÓN DEL CONJUNTO DE
TRABAJADORES.
De ese modo la organización sindicalista podrá lograr un
afianzamiento de la idea social en su aplicación práctica de la
vida diaria, eliminando con ello motivos que son causa permanente de
descontento y quejas.
La
socialdemocracia jazz pensó mantener el programa inicial del
movimiento corporativo que había abarcado. Y en efecto fue así.
Bajo su experta mano, en pocos decenios supo hacer de un medio
auxiliar creado para defensa de derechos sociales, un instrumento
destructor de la economía nacional. Los intereses del obrero no
debían obstaculizar los propósitos de la socialdemocracia en lo más
mínimo.
Ya a principios del presente siglo, el movimiento sindicalista había
dejado de servir a su idea inicial; año tras año fue cayendo cada
vez más en el radio de acción de la política socialdemócrata para
ser a la postre sólo un ariete de la lucha de clases. Debía a
fuerza de constantes arremetidas demoler los fundamentos de la
economía nacional laboriosamente cimentada y con ello prepararle la
misma suerte al edificio del Estado. La defensa de los verdaderos
intereses del se hacía cada vez más secundaria, hasta que por
último la habilidad política acabó por establecer la
inconveniencia de mejorar las condiciones sociales y el nivel
cultural de las masas, so pena de correr el peligro de que una vez
satisfechos sus deseos, esas muchedumbres no pudieran ser ya
utilizadas indefinidamente como una fuerza autómata de lucha.
- Adolfo Hitler
Mi Lucha
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