Regla de la estupidez de las mayorías

 Queda claro que la mayoría de las civilizaciones humanas muestran un patrón:

 Si clasificáramos a los individuos por su incapacidad de imponerse a la influencia intelectual de terceros 1, entonces sería la mayoría quienes son influenciables. Llámense mexicanos, españoles o alemanes, o hasta los Islamistas, tan seguros de sus ideas, que hasta parece que son de cada uno de ellos.

 1 El potencial intelectual lo asocian los tontos con las ciencias que impliquen matemáticas, porque son las que les exigen precisión en su capacidad de abstracción, pero existen genios humanistas que tal vez sabían poco de física, pero sin embargo pensaban por sí mismos y se negaron a comportarse de la manera errática en que el sistema les exigía, tal como Mandela o Gandhi. Una rescatista de perros es también una genio si vive en una sociedad en la que se desprecia a los animales. Oponerse a un sistema sólo para pretender ser intelectual tampoco es pensar evidentemente. En twitter puede usted encontrar a mucha gente que intenta pensar, y que están convencidos incluso de que lo están haciendo, pero sin embargo puede usted notar que leen artículos con la misma tendencia ideológica que se impusieron a cierta edad, y entonces ya sólo buscan argumentos para seguir pensando igual.

 No cuento por el momento, con la posibilidad de estudiar a todas las culturas representativas, y a las pequeñas en número, para poder llegar a una conclusión tajante. Pero por lo pronto, todo me parece indicar que el número y el intelecto van de la mano. El primer pensamiento simplista que me viene a la mente es el del equilibrio natural: el más estúpido necesita forzosamente poner un poco de peso en la balanza sobre su desventaja con el pensante y tal y como los mamíferos de menor tamaño, como los perros, o los conejos, deben tener un gran número de crías para equiparar las probabilidades de extinción contra los depredadores del final de la cadena alimenticia. Los seres humanos carentes de potencial neuronal necesitan el poder de la masa para no ser superados e ignorados en la evolución. No faltará quien, no habiendo entendido la relación que estoy explicando, alegue: "entonces que los inteligentes se reproduzcan igual y asunto terminado". Pero en ese caso, la regla claramente indicará que sólo algunas de las crías de esa sobre-reproducción serán inteligentes, el resto no. A esta regla generalmente se le ve con más lógica si se habla de la herencia material o política, pues un rey sólo puede tener un heredero, el resto quedan entonces subyugados a éste único heredero, no importando cuántos especímenes haya engendrado dicho "rey"2.

 2 Sólo los tontos aceptan tener reyes.

 Lo mismo ocurre con las herencias materiales, pues éstas deben dividirse, no puede destinarse la totalidad a cada uno de los herederos, se requiere una división de los bienes. En el tema intelectual, ciertamente no existe un límite de inteligencia a distribuir; lo que ocurre en este caso es similar a lo que ocurre con los alfas en las manadas de otras especies: una vez que uno toma el control de la manada, no se requiere que otro tome el mismo rol, salvo que su impulso interior lo empuje a batallar por el puesto hasta vencer o ser vencido. El promedio se conformará con que exista ya una guía que tome las decisiones más difíciles y contentarse con seguirle. En una jauría de cachorros humanos, los hermanos más inteligentes provocarán el mismo efecto en sus otros hermanos y en vez de competir, se contentarán con "tener otras habilidades", para ser felices. Es entonces cuando las artes hacen su maravillosa contribución a la humanidad y le dan sentido a la vida de quien fue vencido en otras ramas del pensamiento. Si 5 individuos, hombres o mujeres, heredaron todos la inteligencia y fortaleza de una madre y un padre, fuertes e inteligentes ambos, la probabilidad de que todos mantengan al máximo sus niveles de inteligencia y energía, con personalidad propia y sin necesidad de competir y por ende ser vencidos, son tan mínimas, que si no fuese así, le aseguro que la historia de la humanidad sería bastante menos vergonzosa que la porquería que tenemos que estar leyendo en los libros de Historia. Por ello tradicionalmente el primogénito es al que se percibe con todo el carácter, porque lleva la ventaja de haber llegado primero, de formarse el carácter primero, y de tener la sumisión de quienes le siguen, en desventaja mental y física en sus inicios. Pero cuando los primogénitos son conscientes de esta tradición, son conscientes de sí y el peso de la presión podría llenarles de dudas y entonces los individuos que les siguen los superarán tarde o temprano. Entonces, un individuo, primogénito o no, mira al que por cualquier razón resulte más inteligente, y en vez de convivir y retroalimentarse mutuamente, con respeto, uno vence y el otro se va a buscar guarida en otras disciplinas que le den identidad.

 El perdedor, quien probablemente truncará su desarrollo intelectual, tendrá hijos que no necesariamente se conformen con lo que los vencidos padres y se desarrollen. Por ello no existe cabida para los racismos negligentes de los dictadores del pasado [y del presente], por ello cualquier sociedad puede aportar individuos valiosos, y, también, pues a las mayorías, mismas que pueden aportar todos sin ninguna dificultad.

 Habiendo logrado entonces perseverar en su existencia, la mayoría carece de los medios en el cerebro para poder aportar valor al sistema y a la vida de los demás. Siendo plenamente conscientes de esa imposibilidad, es necesario acudir a las artimañas, a la política, a la opinión [de las mayorías], para ganarse un lugar de valor en el sistema. Esto es perfectamente posible porque están probabilista y estadísticamente rodeados de otros tontos como él/ella, que también son plenamente conscientes de sus imposibilidades y realizan trueques en los que mutuamente se puedan ayudar, con el uso de la fuerza numérica de otros tontos que les apoyan, a tener un lugar en la humanidad. Esto es aceptable para los medianamente inteligentes [por eso son medianamente inteligentes] por la conciencia de la fuerza numérica, y los que no lo aceptan, son fácilmente desaparecidos del mapa, porque a mayor intelecto, menos son en cantidad y más susceptibles a la violencia física y al olvido e incomprensión de las muchedumbres. Pero las muchedumbres no pueden dominar por su falta de intelecto y es aquí en donde [hasta ahora] el sistema entra en equilibrio, para que unos necesiten de otros.

 Lennarth Anaya

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