Tengo la evidencia de que en general el hombre, excepción hecha de
casos singulares de talento, no debe actuar en política antes de los
30 años, porque hasta esa edad se está formando en su mentalidad
una plataforma desde la cual podrá él analizar los diversos
problemas políticos y definir su posición frente a ellos. Sólo
entonces, después de haber adquirido una concepción ideológica
fundamental y con ella logrado afianzar su propio modo de pensar
acerca de los diferentes problemas de la vida diaria, debe o puede el
hombre, conformado por lo menos así espiritualmente, participar en
la dirección política de la colectividad en que vive.
De
otro modo corre el peligro de tener que cambiar un día de opinión
en cuestiones fundamentales o de quedar - en contra de su propia
convicción- estratificado en un criterio ya relegado por la razón y
el entendimiento. El primer caso resulta muy penoso para él
personalmente, pues, si él mismo vacila no puede ya esperar le
pertenezca en igual medida que antes la fe de sus adeptos, para
quienes la claudicación del Führr3,
significa desconcierto y no pocas veces les provoca el sentimiento de
una cierta vergüenza frente a sus adversarios políticos. En el
segundo caso ocurre aquello que hoy se observa con mucha frecuencia:
En la misma escala en que el Führer perdió
la convicción sobre lo que sostenía, su dialéctica se hace hueca y
superficial, en tanto que se deprava en la elección de sus métodos.
Mientras él personalmente no piensa ya arriesgarse en serio en
defensa de sus revelaciones políticas (no se inmola la vida por una
causa que uno mismo no profesa) las exigencias que les impone a sus
correligionarios se hacen sin embargo cada vez mayores y más
desvergonzadas, hasta el punto de acabar por sacrificar el último
resto del carácter que inviste al Führer
y descender así a la condición del
"político", es decir, a aquella categoría de hombres cuya
única convicción es su falta de convicción, aparejada a una
arrogante insolencia y un arte refinadísimo para el mentir. Si para
desgracia de la humanidad honrada tal sujeto llega a ingresar en el
Parlamento, entonces hay que tener por descontado el hecho de que la
política para él se reduce ya sólo a una "heroica lucha"
por la posesión perpétua de
este "biberón" de su propia vida y de la de su familia. Y
cuanto más pendientes estén de ese biberón la mujer y los hijos,
más tenazmente luchará el marido por sostener su mandato
parlamentario. Toda persona de instinto político es para él, por
ese solo hecho, un enemigo personal; en cada nuevo movimiento cree
ver el comienzo posible de su ruina; en todo hombre de prestigio otro
amenazante peligro.
...
El
grado de corrupción de la plebe, que por ahora se siente habilitada
para "actuar" en politica,
evidencia cuán rara vez se sabe responder
en los tiempos actuales a una prueba tal de decoro personal.
- Adolfo Hitler
Mi Lucha
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