Carta de respuesta del jefe piel roja See-yat al al presidente de Estados Unidos de América, Franklin Pierce, en 1854, ante la petición de la compra de sus tierras:
¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra?
Ésa es para nosotros una idea extravagante. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que ustedes propongan comprarlos?
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Las flores que perfuman el aire son nuestras hermanas. El venado, el caballo y el águila también son nuestros hermanos. Creo que el jefe cara pálida pide demasiado al querer comprarnos nuestras tierras.
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Ustedes tratan a la tierra madre y al cielo padre como si fueran cosas que compran, como si fueran cuentas de collares que intercambian por objetos. Su apetito terminará devorando todo lo que hay en las tierras hasta convertirlas en desiertos.
Nuestros ojos se llenan de vergüenza cuando visitan sus poblaciones.
En sus poblaciones no hay tranquilidad, ahí no puede oirse el abrir de las hojas en primavera, ni el aleteo de los insectos... El ruido de sus poblaciones insulta nuestros oídos. ¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede escuchar el canto solitario del pájaro, si no puede oir la algarabía de las ranas al borde de los estanques?
El aire es de un valor incalculable ya que todos los seres compartimos el mismo aliento, los árboles, los animales y el ser humano. Ustedes no tienen conciencia del aire que respiran, son moribundos insensibles a lo pestilente.
Autor: Jefe See-yat al
Fuente: Roger Patrón Luján, Regalo Excepcional III
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