Arturo González vs. unos retrógradas



Un estudiante de veterinaria de México se negó a aplicar la “eutanasia” a una gallina y logró el apoyo de autoridades de la UNAM.


Querían obligarlos a matarlas pero ellos estaban decididos: no lo harían.


Llegaron al salón y, de inmediato, los maestros les advirtieron que reprobarían por negarse a aplicar el método de la “eutanasia”. Y los expulsaron de la clase. Eran cinco estudiantes de la Facultad de Veterinaria de la UNAM que, por objeción de conciencia, se negaron durante su curso de Metodología Diagnóstica a simplemente “matar por matar”, sin anestesia, a gallinas sanas. Para ellos era una gran contradicción pues la eutanasia, que acelera la muerte del ser que sufre a consecuencia de males de salud, se realiza a desahuciados. Este no era el caso.
Ese 10 de septiembre de 2007, además de que 10 gallinas fueron sacrificadas, se gestó el inicio de una pequeña batalla emprendida por Arturo González, que a la par de luchar por los derechos de los animales peleó por una norma asentada en el Código de Ética de los Médicos Veterinarios Zootecnistas: no realizar actos que les causen daño emocional o que atenten contra sus principios y su propia conciencia, aun cuando se los solicite una autoridad, un cliente o un profesor.
¿Pero cómo un estudiante de veterinaria se iba a negar a matar a un animal durante una práctica? ¿Cómo iba a aprender si no era quitándole la vida a otro ser, como tradicionalmente se realiza en la institución?
Para Arturo González, ahora de 23 años, es posible respetar la vida de los animales y, al mismo tiempo, desarrollar las habilidades que un médico veterinario debe tener.
Utilizar un video donde se muestre la técnica a desarrollar, utilizar un software interactivo, conseguir modelos de anatomía clásica, utilizar gallinas plastinadas que son flexibles y abordar casos clínicos reales de gallinas enfermas que realmente necesiten un método de eutanasia son algunas de las posibilidades que Arturo considera pueden llevarse a cabo en las prácticas estudiantiles.

Este joven llevó estos argumentos y la defensa de su derecho de objeción de conciencia al Consejo Técnico de su facultad, instancia que el 23 de octubre de 2007, luego de casi un mes de los hechos, falló en favor del estudiante.

Para su defensa, Arturo recurrió a la legislación existente, tanto nacional como internacional. Retomó el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos firmado por México, donde se señala que nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección, así como manifestarlas en público como en privado, mediante el culto, la celebración de los ritos, las prácticas y la enseñanza.

El Consejo Técnico dió un fallo en favor de la causa de los cinco estudiantes. Les garantizaron por escrito que no serían afectados en sus calificaciones.

Antecedentes de Arturo González

Cuando el caso de Arturo llegó al Consejo Técnico ya era identificado por algunos profesores. Unos meses antes, sin saber qué significaba objeción de conciencia, el estudiante propuso ante la misma instancia que en Virología, donde se programan prácticas con “animales de laboratorio” (uno o dos huevos con un embrión de pollo vivo por alumno o una rata), se modificara el “Texto y Cuaderno de Trabajo Laboratorio de Virología”.
“En un análisis que hice sobre el manual de Virología argumenté cómo modificando cinco prácticas se salvarían cerca de 3 mil animales al semestre (ratoncitos y embriones de pollo)”, cuenta Arturo.

Sin embargo, hasta la fecha no se han modificado los procesos, pues algunos profesores argumentan que las alternativas no son suficientes.
El alcance de estos actos de objeción de conciencia ha llevado a académicos a identificar de manera sarcástica a la generación de Arturo como la que “no quiere hacer las cosas”. Pero Arturo se defiende y dice: “No es no querer hacer las cosas, sino hacerlas diferente y sin modificar el resultado de la buena calidad de la enseñanza”.
Incluso, una vez resuelto su caso de objeción de conciencia, autoridades de la Facultad le indicaron de buena manera que “si Veterinaria no es lo tuyo, te asesoramos para que te cambies de carrera”.

Pero no, Arturo tiene claro que Veterinaria es lo suyo. Hace unas semanas tuvo que matar a un borrego. Su muerte estaba justificada, dice, pues tenía varios tumores e insuficiencia respiratoria. “Después de que el profesor le aplicó la pistola de perno cautivo que sólo insensibiliza al animal, le corté la yugular y le di un fin digno. Es parte de mi trabajo que siempre lo desarrollaré con respeto a otro ser vivo, aunque su vida, como la de las gallinas, cueste 40 pesos”.


---Fin de la noticia


En lo personal esta historia me enorgulleció mucho, es la típica historia del fracasado que dá clases sólo para comer y no por convicción (que ensucian la profesión más importante, la enseñanza), y del individuo que quiere que las cosas se hagan bien, pero que no vende su opinión ante los infames argumentos ortodoxos de gente sin criterio ni creatividad.

Tauro Mx



Un argumento análogo de Pipo es el siguiente:

"Un veterinario debería curar animales, no matarlos. Es como en el caso de un médico para humanos, no es necesario matar personas para estudiar medicina."

Dejemos de ser tan simplistas en nuestro pensamiento y nuestras actividades y encontremos soluciones reales, soluciones de gente inteligente.

Autor: Arturo González

Comentarios

Unknown ha dicho que…
No importa si lo publicas o no, solo te puedo decir: investiga antes de publicar una nota o hacer un comentario, hacienta bien tus bases. Ponte a pensar en cuantos animales has matado y maltratado TU mismo al comprar shampoo, jabon, medicamentos, productos de piel y muchos alimentos que consumes cuyo origen es muchas veces incierto. Quienes son los retrogradas?
Tauro Mx ha dicho que…
Yo no consumo productos que se prueban con animales, en PETA.org puede usted consultar la lista, también en la página de AnimaNaturalis puede consultar otra lista, y en muchos lugares más.

Nombro retrógradas a los que causan males conscientemente; no culpo a quienes consumen productos Gillette o Avon si desconocen las infamias que esas empresas realizan en nombre de sus productos, pero sí a quienes habiendo encontrado a alguien pensante, como Arturo González en esta nota, insisten en cerrar sus pequeñas mentes a creencias antiguas (por ello le llamo retrógrada).