El Magisterio, Adam Smith

Las instituciones para la educación de los jóvenes pueden, ..., proporcionar  un ingreso suficiente para sufragar sus gastos.
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El esfuerzo de la mayor parte de quienes ejercen cualquier profesión está siempre en proporción a la necesidad que tienen de esforzarse. Esta necesidad es máxima en el caso de aquellos cuyos emolumentos profesionales son la única fuente de la que obtienen su fortuna, o su ingreso ordinario y su sustento. Para obtener esa fortuna o ese sustento deben ejecutar en el transcurso de un año una cierta cantidad de trabajo de un valor determinado; y cuando la competencia es libre, la rivalidad de los competidores que se empeñan en desalojarse mutuamente del mercado los obliga a realizar su trabajo con un cierto grado de precisión. La altura de los objetivos a alcanzar con el éxito en algunas profesiones indudablemente fomenta a veces el afán de algunas personas de ambición y ánimo extraordinarios. Pero es evidente que para dar lugar a los máximos bríos no son necesarios grandes objetivos. Incluso en las profesiones más modestas sucede que la rivalidad y la emulación hacen que la excelencia se vuelva un objeto a ambicionar y dan lugar a menudo a los más infatigables esfuerzos. Por el contrario, si los grandes objetivos son aislados y no vienen sostenidos por la necsidad de la dedicación, rara vez bastarán para producir un ahínco muy considerable. El éxito en la profesión de las leyes permite alcanzar en Inglaterra objetivos de la máxima ambición y sin embargo han sido poquísimos los hombres cuya fortuna les vino por nacimiento y que hayan sido capaces en este país de sobresalir en dicha profesión.

Las dotaciones de las escuelas y colegios han disminuido necesariamente en alguna medida la necesidad de aplicación de los profesores. En la medida en que su sustento deriva de su salario, es evidente que deriva de un fondo por completo independiente de su éxito y reputación en sus respectivas profesiones.

En algunas universidades el salario es una parte, pero con frecuencia una parte pequeña de los emolumentos del profesor, que obtiene el grueso de los mismos a partir de los honorarios o tasas de sus alumnos. En este caso la necesidad de esforzarse, aunque siempre resulta más o menos reducida, no es completamente eliminada. La reputación en su profesión es todavía de alguna importancia para él, y aún depende de alguna forma del afecto, gratitud e informes favorables de quienes han seguido sus enseñanzas; y la mejor manera en que puede ganarse esos sentimientos favorables es sólo siendo merecedor de ellos, es decir, mediante la capacidad y diligencia con que cumpla todas sus obligaciones.

En otras universidades se prohíbe al profesor recibir honorario o tasa alguna de sus alumnos, y el salario constituye el único ingreso que deriva de su trabajo. En este caso su interés no puede hallarse más directamente opuesto a su deber. El interés de cualquier persona es vivir lo más cómodamente que pueda; y si su remuneración va a ser siemrpe la misma haga lo no haga una tarea particularemnte labiorosa, entonces su interés -al menos en la aceptación vulgar del término- será desatenderla por completo o, si se halla sometido a una autoridad que nunca le permitirá que lo haga, cumplirla de la forma más descuidada y negligente que dicha autoridad permita. Si es por naturaleza una persona activa y amante del trabajo, su interés será el emplear esa actividad de forma de obtener alguna ventaja y no en cumplir una obligación de la que no obtendrá ninguna.

Si la autoridad de la que depende el profesor reside en una corporación, colegio o universidad, de la que él mismo forma parte, y en la que la mayoría de los miembros son como él, personas que son profesores o deberían serlo, entonces probablemente harán causa común para ser sumamente indulgentes unos con otros, y cada hombre consentirá que su vecino descuide sus obligaciones siempre que se le permita a él descuidar las suyas. En la universidad de Oxford la mayor parte de los profesores oficiales hace mucho que han renunciado incluso a simular que enseñan.

Si la autoridad a la que está sometido no reside en una corporación en la que él está integrado sino en otras personas, por ejemplo el obispo de la diócesis, el gobernador de la provincia o quizá un ministro, en este caso es probable que pueda abandonar por completo sus obligaciones. Sin embargo, estos superioes no pueden forzarlo más que a atender a sus alumnos durante un cierto número de horas, es decir, a dar una cierta cantidad de clases a la semana o al año. La forma de esas clases seguirá dependiendo de la diligencia del profesor, y dicha diligencia guardará probablemente una proporción con los motivos que tenga para ejercerla. Además, una jurisdicción foránea de esta clase es susceptible de ser practicada de forma ignorante y caprichosa. Es por naturaleza arbitraria y discrecional, y las pesonas que la aplican, al no asistir a las clases del profesor y quizá al no comprender las ciencias que debe enseñar, rara vez son capaces de hacerlo con buen criterio. Por la insolencia de su cargo, además, a menudo le es indiferente la forma en que lo ejercen, y son muy capaces de censurar al profesor o quitarle su puesto de forma temeraria y sin causa justificada. La persona sometida a una jurisdicción de este tipo es necesariamente degradada y en vez de volverse una de las personas más respetables de la sociedad se vuelve una de las más ruines y despreciables. La única forma que tiene de evitar eficazmente el trato desconsiderado al que siempre está expuesto es buscar una protección poderosa; y es probable que pueda ganarse esta protección no tanto por la capacidad o diligencia en su trabajo sino por el servilismo hacia la voluntad de sus superiores y por su disposición permanente a sacrificar ante esa voluntad los derechos, el interés y el honor de la corporación que integra. Cualquiera que haya visto funcionar durante un tiempo a la administración de una universidad francesa habrá podido comprobar los efectos que naturalmente se derivan de una jurisdicción arbitraria y foránea de esta clase.

Todo lo que fuerce a un cierto número de estudiantes a dirigirse hacia un colegio o universidad determinada, de forma independiente del mérito o reputación de sus profesores, tiene en alguna medida a disminuir la necesidad de ese mérito o esa reputación.

Cuando se puede acceder a los privilegios de los graduados en artes, leyes, medicina y teología sólo residiendo un cierto número de años en ciertas universidades, ello fuerza necesariamente a una cantidad de estudiantes a esas universidades independientemente de los méritos o reputación de los profesores. Los privilegios de los graduados son una suerte de estatutos de aprendizaje, y su contribución al progeso de la educación ha sido análoga a la contirbución de los otros estatutos de aprendizaje al progreso de las artes y manufacturas.

Las fundaciones caritativas de becas, pensiones, bolsas, etc., necesariamente adscriben a unos estudiantes a ciertos colegios de forma totalmente indepndiente de los méritos de esos colegios. Si los estudiantes que recibiesen esas donaciones caritativas tuviesen plena libertad de elegir el colegio que les pareciese mejor, esa libertad podría incentivar la emulación entre los diversos colegios. Por el contrario, una reglamentación que prohibiese incluso a los miembros independientes de un colegio el dejarlo e ingresar en otro sin haber obtenido antes la autorización del primero tendería muy eficazmente a extinguir dicha emulación.

Si en cada colegio el tutor o profesor que va a instruir al estudiante en todas las artes de las ciencias no puede ser elegido voluntariamente por el estudiante sino que es designado por el director; y si en caso de neglicencia, incapacidad o mal trato el estudiante o puede cambiar de profesor sin permiso previos; este sistema no sólo tendería a extinguir toda emulación entre los diferentes tutores del mismo colegio sino a disminuir en todos ellos considerablemente la necesidad de diligencia y atención a sus respectivos alumnos. Aunque estos profesores fueran muy bien pagados por sus estudiantes, estarían tan poco propensos a atenderlos como los que no son pagados por ellos y no tienen otra retribución que su salario.

Si el profesor es hombre sensato, deberá resultarle desagradable el ser consciente de que en sus clases dice o lee a sus estudiantes cosas absurdas o poco menos que absurdas. Tabmién le resultará ingrato observar cómo sus estudiantes desertan sus clases o las atienden con muestras evidentes de negligencia, desprecio y burla. Entonces, si debe dar un cierto número de clases, estos solos motivos bastarán sin ningún otro interés para disponerlo a esforzarse y conseguir que sus lecciones sean razonablemente buenas. Sin embargo, hay diversas estratagemas a las que se puede recurrir y que efectivamente modarán el filo de esos incentivos a la diligencia. En vez de explicar él miso a sus alumnos la ciencia en la que se propone instruirlos, puede leerles algún libro; y si este libro está escrito en una lengua extranjera y muerta puede traducirlo a sus alumnos o, lo que causaría meos problemas, puede hacer que se lo traduzcan eloos, y dejar caer algún comentario aquí y allá puede fantasear con la idea de que está dando una lección. Podrá hacerlo con un mínimo de conocimientos y esfuerzo, y no se expondrá al menosprecio y la mofa, ni a decir nada que sea verdaderamente tonto, absurdo o ridículo. La disciplina del colegio, al mismo tiempo, le permitirá obligar a todos sus alumnos a que asistan regularemnte a sus seudolecciones, y a que se comporten con la máxima decencia y respeto mientras dure su actuación.

La disciplina de los colegios y universidades es algo que se concibe no para el beneficio de los estudiantes sino para el interés, o mejor dicho para la tranquilidad de los profesores. Su objetivo en todos los casos en mantener la autoridad del profesor, y sea que cumpla sus obligaciones o no, obligar a los estudiantes a comportarse ante él siempre como si las cumpliese con la máxima diligencia y capacidad. Presupone sabiduría y virtud perfectas en un lado, y falta de juicio e insensatez máximas en el otro. Sin embargo, creo que no hay ejemplos de profesores que verdaderamente cumplan con sus obligaciones sin que la mayoría de los estudiantes cumplan con las suyas. Nunca se requiere disciplina para forzar la asistencia a lecciones que merecen ser atendidas, algo que es notorio en cualquier lugar donde esas lecciones se impartan. Es evidente que se necesita algún grado de fuerza y restricción para obligar a los niños, o a los muy jóvenes, a recibir la educación que se concibe necesaria para ellos durante ese periodo temprano de su vida; pero después de los doce o trece años, siempre que el profesor haga bien su trabajo, ninguna parte de la educación necesita de la fuerza o la coacción. La mayor parte de los jóvenes son tan generosos que, lejos de ser propensos a descuidar o menospreciar las enseñanzas de su profefsor, siempre que muestre intenciones serias de serles útil, se inclinan generalmente a perdonar hasta una gran incorrección en el cumplimiento de su deber, y a veces incluso a ocultar a la opinión pública una uena parte de las negligencias de grueso calibre.
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En Inglaterra las escuelas públicas están mucho menos corrompidas que las universidades.
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Para que una persona alcance los honores de la graduación no es necesario que aporte un certificado de haber estudiado un cierto número de años en una escuela pública. Si se le examina y se comprueba que entiende lo que ahí se enseña, no se le hace ninguna pregunta sobre el lugar donde lo aprendió.

... [más conenido laico sumamente importante pero fuera del alcance de esta nota] ...

Por regla general las universidades más ricas y mejor dotadas han sido las más lentas en la adopción de esas mejoras y las más reacias a permitir cambios profundos en los planes de estudio establecidos. Dichas mejoras fueron introducidas con más facilidad en algunas de las universidades más pobres, cuyos profesores, al derivar de su reputación buena parte de su sustento, estaban obligados a prestar más atención a las nuevascorrientes de opinión en el mundo.
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- Adam Smith, La Riqueza de las Naciones


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